martes, 29 de noviembre de 2016

Las auroras Blancas en Laponia: El baile de los cielos árticos

Los vikingos las tomaban por el reflejo de las armaduras de las valkirias, algunos pueblos inuits veían en ellas las almas traviesas de los niños que morían al nacer y para otros se trataba de los espíritus de los difuntos intentando comunicarse con los vivos. En la Laponia noruega se aseguraba antiguamente que las auroras boreales no eran otra cosa que las chispas que provocan las colas de los zorros árticos al rozar la nieve al galope, mientras que en el sur de Suecia llegaban a sospechar que pudieran formarlas los samis cuando perseguían por las montañas a sus rebaños de renos. Los que han tenido la fortuna de ver una, coinciden por unanimidad en que se trata de la obra maestra más redonda que la naturaleza le regala a las latitudes nórdicas. Otros, directamente se quedan sin palabras. Y no es para menos, cuando en mitad de un helador paisaje nevado estalla su telón de luces en una danza hipnótica que tiñe los cielos de colores imposibles. Primero es poco más que una tenue cortina de brillo. Luego, si se tiene suerte, se transformará en llamaradas verdosas o púrpuras, anaranjadas, de intenso rojo o fantasmagóricamente blancas que cambian de forma a cada instante. Jamás, eso sí, habrá dos auroras boreales iguales.





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